Imagina que tienes una caja de un rompecabezas. Cada pieza que hay ahí es sumamente importante pues, si se perdiera alguna, la figura completa perdería su valor. Quizás si se supiera desde el principio que falta una, el sentido de armarlo se perdería. Tú eres ese conjunto de piezas de emociones, de sentimientos, de creencias, de habilidades y deseos.
Centrémonos ahora en esas piezas que representan las emociones, esas que surgen de forma espontánea. En muchas ocasiones desearíamos deshacernos de estas piezas incómodas para no tener que disimular lo que sentimos, pero, ¿de qué nos serviría estar sin estas piezas? ¿Cómo nos conectaríamos con nuestro entorno?
Es gracias a estas piezas que podemos darle la significación necesaria a un evento, lo que ha significado para nosotros (as) por ejemplo, cuando nuestro jefe nos grita, nos regaña y nos pone en evidencia frente a todos nuestros compañeros de trabajo, expresamos el significado de ese estímulo con rabia. Es claro que cada emoción, cada pieza, tiene una finalidad.
Ahora bien, tendemos a clasificar las emociones en positivas, cuando van acompañadas de sentimientos satisfactorios, como lo son la felicidad, la paz o el amor; negativas cuando van acompañadas de sentimientos desagradables o incluso amenazantes, entre las que se hallan el miedo, la ira, hostilidad, la tristeza o el asco. (Casassus, 2006) Sin embargo, no hay emociones negativas o positivas cuando pensamos que cada una de ellas tiene una utilidad; el Miedo es un sentimiento innato con una clara función preservadora y de sobrevivencia pues agudiza nuestros sentidos. Si algo nos da miedo, tenderemos a huir o afrontar el peligro, dependiendo de cómo evaluemos nuestras fuerzas, las del otro y del escenario. Lo que no haremos, al menos con un miedo funcional, es quedarnos inmóviles, esperando ser devorados por la situación.
La Ira, la rabia, y el enojo son emociones de alta gama, distinguidas únicamente por la intensidad de cada una de ellas, su fuerza es tremenda y sin ella tampoco sería posible nuestra sobrevivencia. Nos advierte de injusticias, maltratos a nuestra persona y por supuesto falta de límites saludables, por lo que, paradójicamente, favorece la armonía; su energía nos empuja a reparar la situación dañada. De ahí que el enojo se identifique como una emoción reparadora.
La tristeza es una emoción adaptativa. Bradshaw (1993) comenta al respecto que “cuando liberamos energía por pérdidas relacionadas con nuestras necesidades básicas, somos capaces de aceptar esas pérdidas y adaptarnos a la realidad”. Por otro lado, al expresarla, la tristeza nos permite reflexionar, evaluar, ver qué hacer con ese dolor y estar con nosotros (as) mismos (as).
La alegría es una emoción conocida como indicador. En el momento de sentirla, nuestras necesidades están siendo cubiertas y aparece la sensación de estar integrado y unificada.
Por lo anterior podemos concluir que no hay ninguna emoción equivocada, lo que puede equivocarse es la interpretación y la conducta asociada a la emoción. “la e-mo-ción es un movimiento hacia afuera, un impulso que nace en el interior de uno y habla al entorno, una sensación que nos dice quiénes somos y nos conecta con el mundo.” (Filliozat, 1997: 30) A partir de sentirla, yo puedo decidir si expresarla y cómo: no haciendo nada, llamándole la atención educadamente, gritándole, dándole un empujón o pegándole un puñetazo a ese jefe, está demás decir que algunas de esas opciones serían desproporcionadas y poco asertivas.
Ahora sabes que nuestras emociones no son inútiles ni irracionales como a veces queremos creer y que esas piezas constituyen tu identidad. ¡A sentir se ha dicho!
Hasta el próximo leencuentro.
Bibliografía:
Bradshaw, J. (1993) Nuestro niño interior. Colección de divulgación, Emecé: Buenos Aires.
Casassus, J. (2006). La educación del ser emocional. (1a ed.). Universidad Virtual del Instituto Tecnológico de Monterrey, México: Ediciones Castillo.
Filliozat, I. (1997) El corazón tiene sus razones. Urano: Barcelona.
*Entrada originalmente publicada en mentalizarte.mx